La autoexigencia puede ser un motor inspirador o nuestro peor enemigo. Hay formas de dominarla y complementarla con otras habilidades que minorice una de sus consecuencias más nocivas: el estrés.
Por Jimena D´Annunzio
A la hora de emprender, trabajar o lograr algún objetivo que realmente nos interesa solemos sentir que la única manera de lograrlo es redoblando nuestro esfuerzo. Necesitamos un nuevo curso, un nuevo talento, más horas de trabajo o nuevos hábitos que nos vuelvan mejores y más productivos.
Esta situación nos suele enfrentar a un terreno que es muy difícil definir: ¿cuál es límite entre la sana ambición por la superación personal y la exigencia constante? ¿Es la autoexigencia una virtud o entra en el terreno de las limitaciones?
En primer lugar, es importante decir, que todo depende de la medida en que estas cuestiones aparezcan. La autoexigencia o superación constante no es una condición mala. Pero puede volverse peligrosa cuando los desafíos extremos son los únicos factores que nos ponen en acción. Cuando necesitamos ratificar nuestro talento a costa de sacrificios. Cuando el propio rendimiento solo funciona bajo la vara de la presión.
Sin dudas es eficiente y motivador conseguir logros propios. Y mucho más si son diferentes a todo lo que alguien pudo hacer antes. ¿Pero si logramos conseguir los mismos objetivos a costos menos elevados?
Hay tres claves para entrenar y tener en cuenta- tanto en un emprendimiento o una profesión como en la vida en general- que nos aseguran poder disfrutar de lo que nos gusta y desafiarnos día a día, sin necesidad de pasarnos de estrés.
1. La disciplina
Suena a un elemento de la vieja escuela, pero es un factor indispensable. La constancia es la contracara del talento, e incluso, da resultados muchos más efectivos que el talento en sí mismo. La disciplina requiere autocontrol normas, objetivos y reglas. Pero su factor fundamental no es la acumulación en el corto plazo, sino la repetición y constancia en el tiempo.
Hagamos un paralelismo con la actividad física, ¿es posible entrenar en un solo día lo que no se entrenó en una semana? Sin dudas, nuestros músculos se van a fatigar y a la segunda hora de entrenamiento ya no van a conseguir ningún resultado. Es un gran ejercicio llevar esta comparación a otras áreas de nuestra vida.
2. La organización
Esta palabra nos hace pensar en Marie Kondo y sus métodos de organización de objetos. Aunque este artículo no se trate precisamente de ello, si comparte una idea vertebral: ser organizados nos libera de imprevistos y nos ahorra tiempo y esfuerzo. Cuánto tiempo perdemos buscando la ropa en la mañana, buscando las llaves o simplemente, cuántas cosas podemos hacer en el día si no lo hemos planificado antes. Ser ordenados simplifica nuestra vida, nos ayuda a estar tranquilos y sin estrés.
3. La creatividad
Los dos ítems anteriores requieren de precisión y voluntad. Pero también se necesitan de elementos que le hagan bien a nuestro lado más espiritual y menos tangible.
Julia Cameron, en su libro “El Camino del Artista”, explica que nuestra parte más creativa “no es un autómata tenaz y disciplinado que funciona a base de fuerza de voluntad, con un repetidor de orgullo que le sirve de refuerzo. Ser artista requiere entusiasmo (…) Y el entusiasmo no es un estado emocional, sino un compromiso espiritual, una rendición amorosa a nuestro proceso creativo, un reconocimiento de toda la creatividad que nos rodea”.
Para ello no necesitamos más que tiempo y ganas de mirar con nuevos ojos todo lo que nos rodea y nos conecta con nuestra esencia: escribir, dibujar, leer, pintar, meditar, correr, caminar, nadar. La creatividad es como el pasto: renace de forma silvestre y con muy poquitos cuidados. ¡A aprovecharla!





