—Hace más de un año que pierdo por goleada el partido con el insomnio. Abro los ojos y la cabeza se me llena de microquilombos. ¿Consejos?
Eso puso en Twitter un dibujante llamado @MComadreja y lo mandaron a hacer ejercicio, a meditar, a probar con mindfulness.
—Actividad física no es el problema —dijo él— le meto todos los días. El tema es la cabeza, hace lo que quiere.
Frenar el fluir de conciencia es una de las batallas más difícil de esta época, si no la peor. Aún para quienes practican meditación y tratan de controlarlo, aquietar la mente lo suficiente para poder dormir es para algunos —o para muchos, a juzgar por artículos, estudios y comentarios en redes sociales— difícil, dificilísimo.
Para mí a veces lo es. No todas las noches, pero basta una mínima preocupación para que mi cerebro haga un autoboicot, se plante y me impida dormir. ¿Qué hago? Nada. En general evito encender la luz y agarrar el teléfono —eso sería condenar la noche—, pero miro la puerta de mi habitación, me acerco a la cama de mis hijas y las tapo o en ocasiones en las que ya doy el sueño por perdido voy a la cocina y me como, no sé, una mandarina. No es fácil remontar ese insomnio durante el día, trabajar y ocuparme de mi familia, pero luego viene una buena noche y listo, pasa.
No está bueno, pero es lo que hay y sospecho que el estado de alerta que supone atravesar una pandemia global desde hace un año y medio tiene que ver. Va a pasar, pienso.
Coronasomnia
¿El trastorno de sueño es generalizado?
Como se sabe, el COVID19 —no sólo padecerlo, sino temerlo— y las medidas de autoprotección, como estar aislados, trabajar en casa sin diferenciar ocio y vivir preocupados son situaciones que exponen a problemas de salud mental. Depresiones, ataques de pánico e insomnio, entre otros.
Algunos incluso le ponen nombre: «coronasomnia» o «Covid-somnia»(insomnia significa insomnio en inglés).
Según un estudio de agosto de 2020 de la Universidad de Southampton citado en este artículo de BBC, quienes más lo sufren son las madres, los trabajadores esenciales y los grupos de minorías étnicas. Parece que la palabra «insomnio» se buscó en Google más en 2020 que nunca antes.
Como madre me identifico 100 por ciento. La preocupación por el perjuicio que toda la situación pandémica supone para mis hijas de 8 y 11 años —no ir a la escuela presencial por semanas, no ver a sus amigas y amigos, no poder abrazar a sus abuelos o ir a pasar el fin de semana a su casa— me desvela más o menos seguido. Otras veces me engancho con cuestiones laborales propias o de mi marido o porque tal vez estoy enojada por algo que vi en alguna red. Otra vez: «la cabeza hace lo que quiere».
No he consultado especialistas ni he probado sonmiferos, me resisto. Al trastorno de sueño lo sufro de vez en cuando, no siempre, y los fines de semana recupero lo perdido con siestas y buenos momentos que me tranquilizan y distienden. Sí hago yoga y medito a diario, es mi refugio. Pero sé de mucha gente que necesita terapia y/o medicación y sale a buscarla.
Qué hacer
El artículo de BBC que vincula al insomnio generalizado con el COVID sugiere que el tratamiento más común para los problemas de sueño es la terapia cognitivo-conductual, que mejora la «higiene del sueño» —no fumar ni tomar alcohol antes de acostarse— y entrenar al cerebro para asociar a la cama sólo con el sueño y no con el trabajo, por ejemplo.
También limitar el consumo de noticias y redes sociales para evitar la ansiedad de mantenerse despierto, evitar el uso del teléfono como reloj despertador (está demasiado asociado al trabajo) y dar vuelta el reloj de la mesa de luz para no estresarse mientras se intenta conciliar el sueño.
Humildemente, agrego algo más: recordar que estas circunstancias son atípicas y están lejos de algo que cualquiera haya vivido antes. Puede que necesitemos ayuda terapéutica o incluso medicación, pero no perdamos de vista que la pandemia sigue, que se inició hace ya unos cuantos meses y que enfrentarla de manera saludable es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.
María Eugenia Rodríguez